Libreto | Ordenaciónes Simultáneas

 


LIBRETO
ORDENACIÓNES SIMULTÁNEAS

PRESIDE S.E.R.
ROBERTO DELGADO
ARZOBISPO DE GUADALAJARA
6.01.2025


RITOS INICIALES

CANTO DE ENTRADA 
(Rey y Sacerdote - P. Martins)


JESUCRISTO, HAZ DE NOSOTROS UN PUEBLO SACERDOTAL PARA DIOS, NUESTRO PADRE.
A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS.

Hoy te cantamos, oh Hijo Predilecto del Padre,
hoy te alabamos, Ciencia eterna y Verbo de Dios.
Hoy te cantamos Hijo de María, la Virgen,
hoy te alabamos, Cristo nuestro hermano y nuestro Salvador. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. R.

Hoy te cantamos, Luz de esplendor eterno,
hoy te alabamos, Estrella de la mañana que anuncia el día. Hoy te cantamos, Mesías esperado por los pobres, hoy te alabamos, oh Cristo nuestro Rey y Príncipe de la paz. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. R.

Hoy te cantamos, Cordero de la Pascua eterna,
hoy te alabamos, víctima inmolada por nuestros pecados. Hoy te cantamos, Cristo salvador inmortal, hoy te alabamos, por tu muerte y resurrección. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. R.

Hoy te cantamos, mediador entre Dios y los hombres, hoy te alabamos, oh Ruta viviente del cielo. Hoy te cantamos, Sacerdote de la Nueva Alianza, hoy te alabamos, Tú eres nuestra paz por la sangre de la cruz. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. R.

Terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles, de pie, se santiguan con la señal de la cruz, mientras el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, dice: 
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. 
℟. Amén.

La paz esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.

ACTO PENITENCIAL

A continuación se hace el acto penitencial, al que el sacerdote invita a los fieles, diciendo:
Al comenzar esta celebración eucarística, pidamos a Dios que nos conceda la conversión de nuestros corazones; así obtendremos la reconciliación y se acrecentará nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos.

Pausa de silencio.

todos dicen en común la fórmula de la confesión general: 
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.  
Y, golpeándose el pecho, dicen:
Por mi culpa, por mi culpa, por mí gran culpa. 
Luego, prosiguen:
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor. 

Sigue la absolución del sacerdote: 
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. 
℟. Amén.

SEÑOR, TEN PIEDAD
(Misa melódica)

SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD

CRISTO TEN PIEDAD DE NOSOTROS
CRISTO TEN PIEDAD DE NOSOTROS
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD

SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD

GLORIA
(Misa melódica)

GLORIA, GLORIA, GLORIA,
GLORIA A DIOS EN EL CIELO,
Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES
QUE AMA EL SEÑOR.

TE ALABAMOS, TE BENDECIMOS,
TE ADORAMOS, TE GLORIFICAMOS,
TE DAMOS GRACIAS, SEÑOR,
POR TU INMENSA GLORIA,
TE DAMOS GRACIAS,
¡SEÑOR! ¡SEÑOR!,
DIOS REY CELESTIAL,
DIOS PADRE TODO PODEROSO. ℟.

SEÑOR, HIJO ÚNICO JESUCRISTO,
SEÑOR, DIOS CORDERO DE DIOS,
HIJO DEL PADRE,
TÚ QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TÚ QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO,
ATIENDE A NUESTRAS SÚPLICAS,
ATIENDE A NUESTRAS SÚPLICAS,
TÚ QUE ESTÁS SENTADO A LA DERECHA DEL PADRE,
TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

PORQUE SOLO TÚ ERES SANTO,
SOLO TÚ SEÑOR
SOLO TU ALTÍSIMO, JESUCRISTO.
CON EL ESPÍRITU SANTO,
EN LA GLORIA DE DIOS PADRE. ℟.

AMÉN.

Terminado el himno, el Obispo con las manos extendidas dice:
Oremos.
Oh, Dios, que revelaste en este día tu Unigénito a los pueblos gentiles por medio de una estrella, concédenos con bondad, a los que ya te conocemos por la fe, poder contemplar la hermosura infinita de tu gloria.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA 


PRIMERA LECTURA
(Is 60, 1-6)

El lector se dirige al ambón para proclamar la primera lectura, que todos escuchan sentados.
 
Lector: Lectura del libro de Isaías.
¡Levántate y resplandece, Jerusalén,
porque llega tu luz;
la gloria del Señor amanece sobre ti!
Las tinieblas cubren la tierra,
la oscuridad los pueblos,
pero sobre ti amanecerá el Señor,
y su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz,
los reyes al resplandor de tu aurora.
Levanta la vista en torno, mira:
todos ésos se han reunido, vienen hacia ti;
llegan tus hijos desde lejos,
a tus hijas las traen en brazos.
Entonces lo verás, y estarás radiante;
tu corazón se asombrará, se ensanchará,
porque la opulencia del mar se vuelca sobre ti,
y a ti llegan las riquezas de los pueblos.
Te cubrirá una multitud de camellos,
dromedarios de Madián y de Efá.
Todos los de Saba llegan trayendo oro e incienso,
y proclaman las alabanzas del Señor.

Al final de la lectura, el lector aclama:
Palabra de Dios. 

Todos responden:
Te alabamos, Señor.
 
SALMO RESPONSORIAL
(Sal 71)
 
El salmista o cantor canta el salmo, y el pueblo y el coro responden.

℟. Que te adoren, Señor, todos los pueblos.

Comunica, Señor, al rey tu juicio y tu justicia, al que es hijo de reyes; así tu siervo saldrá en defensa de tus pobres y regirá a tu pueblo justamente. ℟.

Florecerá en sus días la justicia y reinará la paz, era tras era. De mar a mar se extenderá su reino y de un extremo al otro de la tierra. ℟.

Los reyes de occidente y de las islas le ofrecerán sus dones. Ante él se postrarán todos los reyes y todas las naciones. ℟.

Al débil librará del poderoso y ayudará al que se encuentra sin amparo; se apiadará del desvalido y pobre y salvará la vida al desdichado.  ℟.

SEGUNDA LECTURA
(Ef 3, 2-3a. 5-6)


El lector se dirige al ambón para proclamar la segunda lectura, que todos escuchan sentados.
 
Lector: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.
Hermanos:
Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de ustedes, los gentiles.
Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio.

Al final de la lectura, el lector aclama:
Palabra de Dios. 

Todos responden:
Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO

 
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
 
HEMOS VISTO SALIR SU ESTRELLA Y VENIMOS A ADORAR AL SEÑOR.
 
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
 
Mientras tanto, el Obispo, cuando se utiliza incienso, lo coloca en el incensario. El diácono, que proclamará el Evangelio, inclinándose profundamente ante el sacerdote, pide en voz baja la bendición:
Padre, dame tu bendición.

El Obispo dice en voz baja:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio; en el nombre del Padre, y del Hijo ✠ y del Espíritu Santo.

El diácono hace la señal de la cruz y responde:
Amén.
 
EVANGELIO
(Mt 2, 1-12)
 
Después el diácono (o el sacerdote) va al ambón, y dice:
El Señor esté con ustedes.

El pueblo responde:
Y con tu espíritu.

El diácono (o el sacerdote), dice:
✠ 
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
y, mientras tanto, hace la señal de la cruz sobre el libro y luego sobre sí mismo, en la frente, la boca y el pecho.

El pueblo responde:
Gloria a ti, Señor.
 
Luego el diácono o el sacerdote, si procede, inciensa el libro y proclama el Evangelio.

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta:
Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última
de las poblaciones de Judá,
pues de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi pueblo Israel».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles:
«Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encuentren, avísenme, para ir yo también a adorarlo».
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

Cuando termina el Evangelio, el diácono aclama:
Palabra del Señor.

El pueblo responde:
Gloria a ti, Señor.

Luego lleva el libro al Obispo, que lo besa en silencio y bendice al pueblo.

Luego el diácono deposita el libro en el altar.

LITURGIA DE LA ORDENACIÓN

ELECCIÓN DE LOS CANDIDATOS AL DIACONADO

Los ordenandos son llamado por el diácono de la forma siguiente:
Acerqúense los que van a ser ordenados diáconos.

E inmediatamente los nombra; y el llamado dice:
Presente.

Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
Permaneciendo el ordenando en pie ante el Obispo, un presbítero designado por el Obispo dice: 
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes diácono a estos hermanos nuestros.

El obispo le pregunta: 
¿Sabes si son dignos?

Y él responde:
Según el parecer de quienes lo presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos.

El Obispo:
Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los diáconos.

Todos responden:
℟. Demos gracias a Dios.

ELECCIÓN DEL CANDIDATO AL PRESBITERADO

El ordenando es llamado por el diácono de la forma siguiente:
Acérquese el que va a ser ordenado presbítero.

E inmediatamente lo nombra y el llamado dice:
Presente.

Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
Permaneciendo los ordenandos de pie ante el Obispo, un presbítero designado por el
Obispo dice:
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes presbítero
a este hermano nuestro.

El Obispo le pregunta:
¿Sabes si es digno?

Y él responde:
Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al
pueblo cristiano, doy testimonio de que ha sido considerado digno.

El Obispo:
Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a este
hermano nuestros para el Orden de los presbíteros.

Todos dicen:
℟. Demos gracias a Dios.

HOMILÍA

Seguidamente, estando todos sentados, el Obispo hace la homilía, en la que, partiendo del texto de las lecturas proclamadas en la liturgia de la palabra, habla al pueblo y al elegido sobre el ministerio de los diáconos, habida cuenta de la condición del ordenando, según se trate de un elegido casado y o de un elegido no casado.

PROMESA DE LOS ELEGIDOS DIÁCONOS

Después de la homilía, solamente se levanta el elegido y se pone de pie ante el Obispo, quien le interroga con estas palabras:
Queridos hijos: Antes de entrar en el Orden de los diáconos deben manifestar ante el pueblo tu voluntad de recibir este ministerio.

¿Quieren consagrarse al servicio de la Iglesia por la imposición de mis manos y la gracia del Espíritu Santo?
Los elegido responde:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren desempeñar, con humildad y amor, el ministerio de diácono como colaborador del Orden sacerdotal y en bien del pueblo cristiano?
Los elegido:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren vivir el misterio de la fe con alma limpia, como dice el Apóstol, y de palabra y obra proclamar esta fe, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia?
Los elegido:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a tu género de vida y, fiel a este espíritu, celebrar la Liturgia de las Horas, según tu condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo?
Los elegido:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren imitar siempre en tu vida el ejemplo de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre servirás con tus manos?
Los elegido:
Si, quiero, con la Gracia de Dios.

Seguidamente, el elegido se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo.
El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido:
Prometo.

El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.

PROMESA DE LOS ELEGIDOS PRESBÍTEROS

Querido hijo: Antes de entrar en el Orden de los presbíteros es necesario que manifiestes ante el pueblo tu decisión de recibir este ministerio.

¿Quieres desempeñar siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbíteros, como fiel colaborador del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor bajo la guía del Espíritu Santo?
El elegido responde:
Sí, quiero.

El Obispo:
¿Quieres desempeñar con dedicación y sabiduría el ministerio de la palabra en la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica?
El elegido:
Sí, quiero.

El Obispo:
¿Quieres celebrar con piedad y fidelidad los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?
El elegido:
Sí, quiero.

El Obispo:
¿Quieres implorar, junto con nosotros, la misericordia divina a favor del pueblo que les sea confiado, cumpliendo así el mandato de orar continuamente?
El elegido:
Sí, quiero.

El Obispo:
¿Quieres unirse cada día más estrechamente a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se entregó al Padre como víctima santa, y consagrarte a Dios junto con él para la salvación de los hombres?
El elegido:
Sí, quiero, con la gracia de Dios.

Enseguida, el elegido se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre
las manos del Obispo,
El Obispo pregunta al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes obediencia y respeto a mí y a mis sucesores?
El elegido:
Sí, prometo.

El Obispo concluye siempre:
Que Dios mismo lleve a término esta obra buena que en ti ha
comenzado.


SÚPLICA LITÁNICA

Seguidamente, todos se levantan. 
El Obispo, dejando la mitra, de pie, con las manos juntas y de cara al pueblo, hace la invitación:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que derrame bondadosamente la gracia de su bendición sobre este siervo suyo que ha llamado al Orden de los diáconos y al Orden de los presbíteros.

Entonces el elegido se postra en tierra, y se cantan las letanías, respondiendo todos; en los domingos y durante el Tiempo Pascual, se hace estando todos de pie y en los demás días de rodillas, en cuyo caso el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.

Los cantores comienzan las letanías (las invocaciones sobre el elegido se hacen en singular).

Concluido el canto de las letanías, el Obispo, en pie y con las manos extendidas, dice:
Señor Dios, escucha nuestras súplicas y confirma con tu gracia este ministerio que realizamos: santifica con tu bendición a éste que juzgamos apto para el servicio de los santos misterios. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

El diácono, si el caso lo requiere, dice:
Pueden levantarse.

Y todos se levantan.

IMPOSICIÓN DE MANOS 
Y PLEGARIA DE ORDENACIÓN DIACONAL

El elegido se levanta; se acerca al Obispo, que está de pie delante de la sede y con mitra, y se arrodilla ante él.

El Obispo le impone en silencio las manos sobre la cabeza.

Tras dicha imposición de manos, los presbiteros permanecen junto al Obispo hasta que se haya concluido la Plegaria de Ordenación, pero de modo que la ceremonia pueda ser bien vista por los fieles.

Estando el elegido arrodillado ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:
Asístenos, Dios todopoderoso, de quien procede toda gracia, que estableces los ministerios regulando sus órdenes; inmutable en ti mismo, todo lo renuevas; por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro —palabra, sabiduría y fuerza tuya—, con providencia eterna todo lo proyectas y concedes en cada momento cuanto conviene.

A tu Iglesia, cuerpo de Cristo, enriquecida con dones celestes variados, articulada con miembros distintos y unificada en admirable estructura por la acción del Espíritu Santo, la haces crecer y dilatarse como templo nuevo y grandioso.

Como un día elegiste a los levitas para servir en el primitivo tabernáculo, así ahora has establecido tres órdenes de ministros encargados de tu servicio.

Así también, en los comienzos de la Iglesia, los apóstoles de tu Hijo, movidos por el Espíritu Santo, eligieron, como auxiliares suyos en el ministerio cotidiano, a siete varones acreditados ante el pueblo a quienes, orando e imponiéndoles las manos, les confiaron el cuidado de los pobres, a fin de poder ellos entregarse con mayor empeño a la oración y a la predicación de la palabra.

Te suplicamos, Señor, que atiendas propicio a este tu siervo, a quien consagramos humildemente para el orden del diaconado y el servicio de tu altar.

Envía sobre él, Señor, el Espíritu Santo, para que fortalecido con tu gracia de los siete dones desempeñe con fidelidad el ministerio.

Que resplandezca en él un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales.

Que tus mandamientos, Señor, se vean reflejados en sus costumbres, y que el ejemplo de su vida suscite la imitación del pueblo santo; que, manifestando el testimonio de su buena conciencia, persevere firme y constante con Cristo, de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo que no vino a ser servido sino a servir, merezca reinar con él en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

ENTREGA DEL LIBRO DE LOS EVANGELIOS

Concluida la Plegaria de Ordenación, se sientan todos. El Obispo recibe la mitra. El ordenado se levanta, y un diácono u otro ministro le pone la estola al estilo diaconal y le viste la dalmática.

El ordenado, ya con sus vestiduras diaconales, se acerca al Obispo, quien entrega a aquél, ante él arrodillado, el libro de los Evangelios, diciendo:
Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado.

Finalmente, el Obispo besa al ordenado, diciendo:
La paz contigo.

El ordenado responde:
Y con tu espíritu.

Y lo mismo hacen todos o al menos algunos diáconos presentes.

Mientras tanto, puede cantarse la antífona siguiente con el Salmo 145, u otro canto apropiado de idénticas características que concuerde con la antífona. 

Al que me sirva, mi Padre que está en el cielo lo premiará. (T.P. Aleluya).

Prosigue la Misa como de costumbre. Se dice o no el Símbolo de la fe, según las rúbricas; se omite la oración universal.

IMPOSICIÓN DE MANOS 
Y PLEGARIA DE ORDENACIÓN PRESBITERAL

El Obispo impone en silencio las manos sobre la cabeza del elegido.

Después de la imposición de las manos del Obispo, todos los presbíteros presentes,
revestidos de estola, imponen igualmente en silencio las manos sobre el elegido.

Después de dicha imposición de manos, los presbíteros permanecen junto al Obispo hasta
que se haya concluido la Plegaria de Ordenación, pero de modo que el rito pueda ser bien visto
por los fieles.

Estando el elegido arrodillado ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice
la Plegaria de Ordenación:
Asístenos, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, autor de la dignidad humana y dispensador de todo don y gracia; por ti progresan tus criaturas y por ti se consolidan todas las cosas. Para formar el pueblo sacerdotal, tú dispones con la fuerza del Espíritu Santo
en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo Jesucristo.

Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios, instituidos con signos sagrados. Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu pueblo, para gobernarlo y santificarlo, les elegiste colaboradores, subordinados en orden y dignidad, que les acompañaran y secundaran.

Así, en el desierto, diste parte del espíritu de Moisés, comunicándolo a los setenta varones prudentes, con los cuales gobernó más fácilmente a tu pueblo.

Así también hiciste partícipes a los hijos de Aarón de la abundante plenitud otorgada a su padre para que un número suficiente de sacerdotes ofreciera, según la ley, los sacrificios,
sombra de los bienes futuros.

Finalmente, cuando llegó la plenitud de los tiempos, enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo, Jesús, Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos. Él, movido por el Espíritu Santo,
se ofreció a ti como sacrificio sin mancha, y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad, los hizo partícipes de su misión; a ellos, a su vez, les diste colaboradores para anunciar y realizar por el mundo entero la obra de la salvación.

También ahora, Señor, te pedimos nos concedas,
como ayuda a nuestra limitación, este colaboradore
que necesitamos para ejercer el sacerdocio apostólico.

TE PEDIMOS, PADRE TODOPODEROSO, QUE CONFIERAS A ESTE SIERVO TUYOS LA DIGNIDAD DEL PRESBITERADO; RENUEVA EN SU CORAZÓN EL ESPÍRITU DE SANTIDAD; RECIBA DE TI EL SEGUNDO GRADO DEL MINISTERIO SACERDOTAL Y SEA, CON SU CONDUCTA, EJEMPLO DE VIDA.

Sea honrados colaboradores del Orden de los Obispos, para que por su predicación, y con la gracia del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres, y llegue hasta los confines del orbe.

Sea con nosotros fieles dispensadores de tus misterios, para que tu pueblo se renueve
con el baño del nuevo nacimiento, y se alimente de tu altar; para que los pecados sean reconciliados y sean confortados los enfermos.

Que en comunión con nosotros, Señor, implore tu misericordia por el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero.

Así todas las naciones, congregadas en Cristo, formarán un único pueblo tuyo que alcanzará su plenitud en tu Reino. 

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

UNCIÓN DE LAS MANOS 
Y ENTREGA DEL PAN Y EL VINO 

Concluida la Plegaria de Ordenación, se sientan todos. El Obispo recibe la mitra. El ordenado se levanta. Los presbíteros presentes vuelven a su puesto; pero uno de ellos coloca a al ordenado la estola al estilo presbiteral y le viste la casulla.  
 
Luego, el Obispo toma el gremial y, oportunamente informado el pueblo, unge con el sagrado crisma las palmas de las manos del ordenado, arrodillado ante él, diciendo:  
Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio. 

Después, Obispo y ordenado se lavan las manos.

Seguidamente, los fieles llevan el pan sobre la patena y el cáliz, ya con el vino y el agua, para la celebración de la Misa. El diácono lo recibe y se lo entrega al Obispo, quien a su vez lo pone en manos del ordenado, arrodillado ante él, diciendo:
Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor.

Finalmente, el Obispo besa al ordenado, diciendo:
La paz contigo.

El ordenado responde:
Y con tu espíritu.

Y lo mismo hacen todos o al menos algunos presbiteros presentes.

Prosigue la Misa como de costumbre.

LITURGIA EUCARÍSTICA

CANTO DE OFERTORIO
(Bendito seas, Señor)

Bendito seas, Señor, por este pan y este vino,
que generoso nos diste para caminar contigo, 
y serán para nosotros alimento en el camino. 

Te ofrecemos el trabajo, las penas y la alegría, 
el pan que nos alimenta y el afán de cada día. 

Te ofrecemos nuestro barro que oscurece nuestras vidas 
y el vino que no empleamos para curar las heridas.

Inciensa las ofrendas, la cruz y el altar. Después el diácono, u otro ministro, inciensa al sacerdote y al pueblo.

Después, de pie en el centro del aftar, de cara al pueblo, extendiendo y juntando las manos, dice:
Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, Sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
℟. El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Luego el Sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas:  
Dios, Padre santo, cuyo Hijo quiso lavar los pies de los discípulos para darnos ejemplo, 
recibe los dones de nuestro servicio y haz que, al ofrecernos como oblación espiritual, 
nos llenemos de espíritu de humildad y de amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén. 

PREFACIO
(Cristo, luz de los pueblos)


El Obispo dice:
El Señor esté con ustedes.

El pueblo responde:
Y con tu espíritu.

El Obispo dice:
Levantemos el corazón.

El pueblo responde:
Lo tenemos levantado hacia el Señor.

El Obispo dice:
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.

El pueblo responde:
Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.

Porque hoy iluminaste a todos los pueblos
revelándoles el misterio de nuestra salvación en Cristo, y al manifestarse Él en nuestra naturaleza mortal nos restauraste con la nueva gloria de su inmortalidad.

Por eso con los ángeles y los arcángeles,
y con todos los coros celestiales,
cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar:


SANTO
(Misa melódica)

SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR, DIOS DEL UNIVERSO.
LLENOS ESTÁN EL CIELO Y LA TIERRA DE TU GLORIA.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.
HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.
HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

El sacerdote, con las manos extendidas, dice:
CP:  
SANTO eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus crea turas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.

Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice: 
CC:
Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti,  

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente, diciendo:
de manera que se conviertan en el Cuerpo  la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, Junta las manos. que nos mandó celebrar estos misterios. 

Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado,

Toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó pan, y dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos. 

Muestra el pan consagrado al pueblo, lo deposita luego sobre la patena y lo adora haciendo genuflexión.

Después prosigue: 
Del mismo modo, acabada la cena, 

Toma el cáliz y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó el cáliz, dando gracias te bendijo, y lo pasó a sus discípulos. 

Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo adora haciendo genuflexión.

Luego dice: 
CP:
Éste es el Misterio de la fe. Cristo nos redimió.
℟. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice: 
CC:
Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. 

Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. 

C1: 
Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires, [san N.: santo del día o patrono] y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.

C2: 
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa Clemente, a nuestro Obispo Roberto, al Orden episcopal, a los presbíteros y a estos hijos tuyos que han sido ordenados hoy ministro de la Iglesia, a los demás diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.

Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. En el día santo, en que tu único Hijo, eterno como tú en la gloria, se manifestó en la verdad de nuestra carne hecho hombre. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. 

 A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria,  

Junta las manos. 
por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes. 

Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz, los eleva y dice:
CP o CC:
Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. 
℟. Amén.

RITO DE COMUNIÓN

Una vez depositados el cáliz y la patena sobre el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado; digamos con fe y esperanza:

Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
℟. Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.  

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: «La paz os dejo, mi paz os doy», no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. 
Junta las manos. 
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
℟. Amén. 

El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo y juntando las manos, alidde: 
La paz del Señor esté siempre con ustedes.
℟. Y con tu espíritu. 

Luego, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote, añade: 
En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz, dense la paz como signo de reconciliación.

CORDERO DE DIOS
(Misa melódica)

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
DANOS LA PAZ, DANOS LA PAZ, 
DANOS DANOS, DANOS LA PAZ,
DANOS DANOS, DANOS LA PAZ.

El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena o sobre el cáliz, de cara al pueblo, dice con voz clara:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
℟. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

CANTO DE COMUNIÓN
(Misión)

Qué hermosos en los montes /y en las colinas/: 
los pies del mensajero /que va de prisa/. 
Lleva dentro la tienda para su abrigo, 
el secreto del Reino y la faz de Cristo.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Yo no tengo palabras, /yo soy un niño/. 
Tu verdad me hace libre /pero no atino/ 
a decir tus secretos ni tus caminos, 
ni a revelar tu rostro mientras te sigo. 

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Tú pusiste en mis manos /grano y vacío/, 
herramienta y fatiga, /pan y vasija/.
Tú pusiste la lluvia y el sol fecundo
y la cuenta infinita de tus gavillas.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Siempre estoy comenzando /nueva tarea/, 
porque Tú me acompañas y /Tú me guías/,
porque Tú me lo mandas para que sea 
un grano de palabra de vida eterna.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/.


ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

El Obispo desde la sede con las manos extendidas dice:
Oremos.
Concede, Señor, a tus siervos, nutridos con el alimento y la bebida del cielo, que, para gloria tuya u salvación de los creyentes, sean siempre fieles ministros del Evangelio, de los sacramentos y de la caridad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

RITO DE CONCLUSIÓN

BENDICIÓN SOLEMNE

El Obispo, extendiendo las manos, dice:
El Señor esté con ustedes.

Todos responde:
Y con tu espíritu.

El Obispo dice:
Que Dios, quien misericordiosamente los llamó de las tinieblas a su luz admirable, derrame su bendición sobre ustedes y fortalezca su corazón en la fe, la esperanza y la caridad.

Todos responde:
Amén.

El Obispo dice:
Y puesto que siguen confiadamente a Cristo, que hoy se manifestó al mundo, como una luz que brilla en las tinieblas, que él haga que también ustedes sean luz para sus hermanos.

Todos responden:
Amén.

El Obispo dice:
Para que así, cuando termine su peregrinación terrena, se encuentren con Cristo, el Señor, luz de luz, a quien los magos buscaron guiados por la estrella y, llenos de gozo, lograron encontrar.

Todos responden:
Amén.

Entonces, el Obispo, y dice:
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre , Hijo ,  y Espíritu  Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.

Todos:
Amén.

Luego el diácono, con las manos juntas, dice:
Pueden ir en paz.

El pueblo responde:
Demos gracias a Dios.

ANTÍFONA MARIANA
(Alma Redemptoris Mater)

ALMA REDEMPTORIS MATER
QUAE PERVIA CAELI PORTA MANES ET STELLA MARIS
SUCCURRE CADENTI SURGERE QUI CURAT POPULO
TU QUAE GENUISTI NATURA MIRANTE
TUUM SANCTUM GENITOREM
VIRGO PRIUS AC POSTERIUS
GABRIELIS AB ORE SUMENS ILLUD AVE
PECCATORUM MISERERE

CANTO DE SALIDA
(Adeste fideles)

ADESTE, FIDELES, LAETI, TRIUMPHANTES,
VENITE, VENITE IN BETHLEHEM:
NATUM VIDETE REGEM ANGELORUM:

VENITE ADOREMUS, VENITE ADOREMUS
VENITE ADOREMUS DOMINUM.

EN GREGE RELICTO, HUMILES AD CUNAS,
VOCATIS PASTORES APPROPERANT.
ET NOS OVANTI GRADU FESTINEMUS.

VENITE ADOREMUS, VENITE ADOREMUS
VENITE ADOREMUS DOMINUM.

AETERNI PARENTIS SPLENDOREM AETERNUM,
VELATUM SUB CARNE VIDEBIMUS
DELUM INFANTEM, PANNIS INVOLUTUM.

VENITE ADOREMUS, VENITE ADOREMUS
VENITE ADOREMUS DOMINUM.

PRO NOBIS EGENUM ET FOENO CUBAMTEM,
PIIS FOVEAMUS AMPLEXIBUS:
SIC NOS AMANTEM QUIS NOS REDAMARET?

VENITE ADOREMUS, VENITE ADOREMUS
VENITE ADOREMUS DOMINUM.

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