Libreto Litúrgico | Consagración y Dedicación de la Basílica de Nuestra Señora de Zapopan


 LIBRETO
CONSAGRACIÓN Y DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE ZAPOPAN

PRESIDE SU EMINENCIA
ROBERTO DELGADO
ARZOBISPO METROPOLITANO

BASÍLICA DE NUESTRA SEÑORA DE ZAPOPAN
XXXI.I.MMXXV

RITOS INICIALES

Precedidos por el crucífero, el obispo y los presbíteros concelebrantes, los diáconos y 
ministros, revestidos con sus respectivas vestiduras litúrgicas, se acercan a la puerta de la iglesia, donde está reunido el pueblo. Conviene que la iglesia esté cerrada y que el obispo, los 
concelebrantes, los diáconos y ministros lleguen a ella desde fuera. 


El obispo deja el báculo, se quita la mitra y saluda al pueblo con estas u otras palabras tomadas preferentemente de la sagrada Escritura: 
La gracia y la paz estén con todos vosotros, en la santa Iglesia de Dios. 

El pueblo contesta:  
Y con tu espíritu.

Luego, el obispo se dirige al pueblo con estas u otras palabras parecidas: 
Llenos de alegría, queridos hermanos, nos hemos reunido para dedicar una nueva iglesia, con la celebración del sacrificio del Señor. 
Participemos activamente, oigamos con fe la palabra de Dios, para que nuestra comunidad, renacida en la misma fuente bautismal y alimentad en la misma mesa, crezca para formar un templo espiritual y, reunida junto al mismo altar, aumenge su amor cristiano.

Entonces, el obispo recibe el báculo e invita al pueblo a entrar en la iglesia, con estas u otras 
palabras parecidas: 
Entrad por las puertas del Señor con acción de gracias, por sus atrios con himnos.

CANTO DE ENTRADA
(Cerca de tu altar, señor)

Cerca de tu altar, Señor, presentes ante Ti.
La esperanza de vivir la colmará tu amor.

No tememos caminar si al lado marchas Tú:
miraremos con tu luz, realizando la unidad. ℟.

No tememos caminar si al lado marchas Tú:
miraremos con tu luz, realizando la unidad. ℟.

Cerca de tu altar, Señor, presentes ante Ti. ℟.

Nos fraterniza tu amor, por senda secular;
todo lo que Tú nos das se convierte en nuestro don. ℟.

Tu Palabra trajo el mar, el valle oyó tu voz. 
Ella se hizo comunión, ella es hoy nuestro cantar. ℟.

En ofrenda de su ser, ante tu altar Señor,
llega ya el pueblo de Dios; puesta en Ti, Señor, su fe.

Cerca de tu altar, Señor, presentes ante Ti.

El obispo, sin besar el altar, va a la cátedra; los presbíteros concelebrantes, le diáconos y 
ministros van a sus puestos en el presbiterio. 

BENDICIÓN Y ASPERSIÓN
DEL AGUA

Terminado el rito de entrada, el obispo bendice el agua para rociar al pueblo en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y para purificar el nuevo altar. 

Los ministros llevan el agua al obispo, que está de pie en la cátedra. El obispo invita a todos 
a orar con estas u otras palabras parecidas: 
Queridos hermanos, al dedicar a Dios nuestro Señor esta casa, supliquémosle que bendiga esta agua, creatura suya, con la cual seremos 
rociados, en señal de penitencia y en recuerdo del bautismo, y con la cual se purificarán los muros y el nuevo altar. Que el mismo Señor nos ayude con su gracia, para que, dóciles al Espíritu Santo que hemos recibido, permanezcamos fieles en su Iglesia. 
Dios, Padre nuestro, fuente de luz y de vida,  
que tanto amas a los hombres que no sólo los alimentas con solicitud paternal, sino que los purificas del pecado con el rocío de la caridad  
y los guías constantemente hacia Cristo, su Cabeza; y así has querido, en tu designio misericordioso, que los pecadores, al sumergirse en el baño bautismal, mueran con Cristo y resuciten inocentes, sean hechos miembros suyos y coherederos del premio eterno; santifica con tu bendición esta agua, creatura tuya, para que, rociada sobre nosotros y sobre los muros de esta iglesia sea señal del bautismo, por el cual, lavados en Cristo, llegamos a ser templos de tu Espíritu; concédenos a nosotros y a cuantos en esta iglesia celebrarán los divinos misterios llegar a la celestial Jerusalén.  
Por Jesucristo nuestro Señor.

El pueblo responde:
Amén.

obispo, acompañado por los diáconos, rocía con agua bendita al pueblo y los muros de la iglesia, pasando por la nave de la misma; de regreso al presbiterio, rocía el altar. 

Después de la aspersión, el obispo regresa a la cátedra y, terminado el canto, dice, de pie, con 
las manos juntas:
Dios, Padre de misericordia, esté presente en esta casa de oración y, con la gracia del Espíritu Santo, purifique a quienes somos templo vivo para su gloria.

El pueblo responde:
Amén.

GLORIA
(Misa melódica)

GLORIA, GLORIA, GLORIA,
GLORIA A DIOS EN EL CIELO,
Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES
QUE AMA EL SEÑOR.

TE ALABAMOS, TE BENDECIMOS,
TE ADORAMOS, TE GLORIFICAMOS,
TE DAMOS GRACIAS, SEÑOR,
POR TU INMENSA GLORIA,
TE DAMOS GRACIAS,
¡SEÑOR! ¡SEÑOR!,
DIOS REY CELESTIAL,
DIOS PADRE TODO PODEROSO. ℟.

SEÑOR, HIJO ÚNICO JESUCRISTO,
SEÑOR, DIOS CORDERO DE DIOS,
HIJO DEL PADRE,
TÚ QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TÚ QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO,
ATIENDE A NUESTRAS SÚPLICAS,
ATIENDE A NUESTRAS SÚPLICAS,
TÚ QUE ESTÁS SENTADO A LA DERECHA DEL PADRE,
TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

PORQUE SOLO TÚ ERES SANTO,
SOLO TÚ SEÑOR
SOLO TU ALTÍSIMO, JESUCRISTO.
CON EL ESPÍRITU SANTO,
EN LA GLORIA DE DIOS PADRE. ℟.

AMÉN.

ORACIÓN COLECTA

Terminado el himno, el Obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Luego el Obispo, con los brazos abiertos, dice la oración colecta:
Dios todopoderoso y eterno, derrama tu gracia sobre este lugar y socorre a cuantos en él te invocan; que el poder de tu palabra y de los sacramentos fortalezcan aquí el corazón de todos los fieles. Por nuestro Señor Jesucristo tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

El pueblo aclama:
Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA
(Neh 8, 2-4a. 5-6. 8-10)

Leían el libro de la Ley, interpretando el sentido

Lectura del libro de Nehemías:

El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía. Era el primer día del séptimo mes.
Luego, desde el alba hasta promediar el día, leyó el libro en la plaza que está ante la puerta del Agua, en presencia de los hombres, de las mujeres y de todos los que podían entender. Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley.
Esdras, el escriba, estaba de pie sobre una tarima de madera que habían hecho para esa ocasión. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -porque estaba más alto que todos- y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso de pie.
Esdras bendijo al Señor, el Dios grande, y todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «¡Amén! ¡Amén!» Luego se inclinaron y se postraron delante del Señor con el rostro en tierra.
Los levitas exponían la Ley al pueblo, que se mantenía en sus puestos. Ellos leían el libro de la Ley de Dios, con claridad, e interpretando el sentido, de manera que se comprendió la lectura.
Entonces Nehemías, el gobernador, Esdras, el sacerdote escriba, y los levitas que instruían al pueblo, dijeron a todo el pueblo: «Este es un día consagrado al Señor, su Dios: no estén tristes ni lloren.» Porque todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley.
Después añadió: «Ya pueden retirarse; coman bien, beban un buen vino y manden una porción al que no tiene nada preparado, porque este es un día consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría en el Señor es la fortaleza de ustedes.»

Palabra de Dios.
℟. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSARIAL 
(Sal 18)

¡Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida!

La ley del Señor es perfecta del todo,
y reconforta l alma;
inmutables son las palabras del Señor,
y hacen sabio al sencillo. ℟.

En los mandamientos del Señor hay rectitud,
y alegría para el corazón;
son luz los preceptos del Señor
para alumbrar el camino. ℟.

La voluntad de Dios es santa
y para siempre estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos,
y enteramente justos. ℟.

Más deseable que el oro y las piedras preciosas
las normas del Señor,
y más dulces que la miel,
de un panal que gotea. ℟.

SEGUNDA LECTURA 
(1Cor 3, 9-11. 16-17)

Lectura del libro del apóstol San Pablo a los Corintios:
Hermanos: Ustedes son la casa que Dios edifica. Yo, por mi parte, correspondiendo al don que Dios me ha concedido, como un buen arquitecto, he puesto los cimientos; pero es otro quien construye sobre ellos. Que cada uno se fije cómo va construyendo. Desde luego, el único cimiento válido es Jesucristo y nadie puede poner otro distinto.

¿No saben acaso ustedes que son el templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Quien destruye el templo de Dios, será destruido por Dios, porque el templo de Dios es santo y ustedes son ese templo.

Palabra de Dios.
℟. Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES 
DEL EVANGELIO
(Jn 2, 13-22)   

℟. Aleluya, Aleluya, Aleluya.

He elegido y santificado este lugar, para que siempre habite hay mi Nombre.

 ℟. Aleluya, Aleluya, Aleluya.

EVANGELIO 
(Jn 2, 13-22)

V. El Señor esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.

Lectura del Santo Evangelio según san Juan
℟. Gloria a ti, Señor.

Cuando se acercaba la Pascua de los Judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre.» En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Después intervinieron los judíos para preguntarle: «¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?» Jesus les respondió:  «Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré.» Replicaron los judíos:  «Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus disípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.

Palabra del Señor.
℟. Gloria a ti, Señor Jesús.

Luego, el Sacerdote hace la homilía

CREDO
(Símbolo Niceno-constantinopolitano)
 
Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, 
En las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan.
y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pílato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reíno no tendrá fin. Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.


ORACIÓN DE DEDICACIÓN
 Y UNCIONES

LETANIAS DE LOS SANTOS 

Después, el obispo invita al pueblo a orar, con estas u otras palabras parecidas: 
Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, quien de los corazones de los fieles ha hecho para sí templos espirituales, y juntemos nuestras voces con la súplica fraterna de los santos. 
 
Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice: 
Pongámonos de rodillas. 

E, inmediatamente, el obispo se arrodilla ante su sede; también los demás se arrodillan. 
 
Entonces, se cantan las letanías de los santos, a las que todos responden. En ellas se añadirán, 
en sus sitios respectivos, las invocaciones del titular de la iglesia, del patrono del lugar y, si es del caso, de los santos cuyas reliquias se van a colocar. Se pueden añadir también otras peticiones conforme a la naturaleza especial del rito y a la condición de los fíeles. 

Acabadas las letanías, el obispo (si está arrodillado, se pone de pie), con las manos extendidas, dice: 
Te pedimos, Señor, que, por la intercesión de la santa Virgen María y de todos los santos, aceptes nuestras súplicas, para que este lugar que va a ser dedicado a tu nombre sea casa de salvación y de gracia, donde el pueblo cristiano, reunido en la unidad, te adore con espíritu y verda y se construya en el amor. 
Por Jesucristo nuestro Señor.
℟. Amén

Fuera de los domingos y del tiempo pascual, el diácono dice:  
Nos ponemos de pie. 

Y todos se ponen de pie. 

El obispo vuelve a ponerse la mitra. 

ORACIÓN DE DEDICACIÓN 

El Obispo, de pie y sin mitra, junto a la cátedra o junto al altar, dice en voz alta: 
Oh Dios, santificador y guía de tu Iglesia, 
celebramos tu nombre con alabanzas jubilosas, 
porque en este día tu pueblo quiere dedicarte, para siempre, con rito solemne, esta casa de oración, en la cual te honra con amor, 
se instruye con tu palabra y se alimenta con tus sacramentos. 
 
Este edificio hace vislumbrar el misterio de la Iglesia, a la que Cristo santificó con su sangre, 
para presentarla ante sí como Esposa llena de gloria, como Virgen excelsa por la integridad de la fe, y Madre fecunda por el poder del Espíritu. 
 
Es la Iglesia santa, la viña elegida de Dios, 
cuyos sarmientos llenan el mundo entero, 
cuyos renuevos, adheridos al tronco, 
son atraídos hacia lo alto, al reino de los cielos. 
 
Es la Iglesia feliz, la morada de Dios con los hombres, el templo santo, construido con piedras vivas, sobre el cimiento de los Apóstoles, 
con Cristo Jesús como suprema piedra angular. 
 
Es la Iglesia excelsa, la Ciudad colocada sobre la cima de la montaña, accesible a todos, y a todos patente, en la cual brilla perenne la antorcha del Cordero y resuena agradecido el cántico de los bienaventurados. 
 
Te suplicamos, pues, Padre santo, 
que te dignes impregnar con santificación celestial esta iglesia y este altar, para que sean siempre lugar santo y una mesa siempre lista para el sacrificio de Cristo. 
 
Que en este lugar el torrente de tu gracia 
lave las manchas de los hombres, para que tus hijos, Padre, muertos al pecado, renazcan a la vida nueva. 
 
Que tus fieles, reunidos junto a este altar, 
celebren el memorial de la Pascua y se fortalezcan con la palabra y el cuerpo de Cristo.  
 
Que resuene aquí la alabanza jubilosa 
que armoniza las voces de los ángeles y de los hombres, y que suba hasta ti la plegaria por la salvación del mundo. 
 
Que los pobres encuentren aquí misericordia, 
los oprimidos alcancen la verdadera libertad, 
y todos los hombres sientan la dignidad de ser hijos tuyos, hasta que lleguen, gozosos, a la Jerusalén celestial. 
 
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, 
que vive y reina contigo 
en la unidad del Espíritu Santo 
y es Dios, por los siglos de los siglos.
℟. Amén

UNCIÓN DEL ALTAR Y
DE LOS MUROS DE LA IGLESIA 

El obispo, de pie ante el altar, dice en voz alta: 
El Señor santifique con su poder este altar y esta casa que vamos a ungir, para que expresen con una señal visible el misterio de Cristo y de la Iglesia. 

Luego, vierte el crisma en el medio y en los cuatro ángulos del altar, y es aconsejable que unja también toda la mesa. 

A continuación, unge los muros de la iglesia, signando con el santo crisma las doce o cuatro 
cruces adecuadamente distribuidas, con la ayuda, si se juzga oportuno, de dos o cuatro 
presbíteros. 

Si ha encomendado la unción de los muros a los presbíteros, éstos, cuando el obispo ha terminado la unción del altar, ungen los muros de la iglesia, signando las cruces con el santo crisma. 

Terminada la unción del altar y de los muros de la iglesia, el obispo regresa a la cátedra y se 
sienta. Los ministros le traen lo necesario para lavarse las manos. Luego, se quita el gremial y se pone la casulla. También los presbíteros se lavan las manos después de ungir los muros.
  
INCENSACIÓN DEL ALTAR 
Y DE LA IGLESIA 
 
Después del rito de la unción, se coloca sobre el altar un brasero para quemar incienso o 
aromas, o, si se prefiere, se hace sobre el altar un montón de incienso mezclado con cerillas. El 
obispo echa incienso en el brasero o con un pequeño cirio que le entrega el ministro enciende el montón de incienso, diciendo: 
Suba, Señor, nuestra oración como incienso en tu presencia y, así como esta casa se llena de suave olor, que en tu Iglesia se aspire el aroma de Cristo.  
 
Entonces, el obispo echa incienso en los incensarios e inciensa el altar. Luego, vuelve a la cátedra, es incensado y se sienta. Los ministros, pasando por la nave de la iglesia, inciensan al pueblo y los muros. 

ILUMINACIÓN DEL 
ALTAR Y DE LA IGLESIA 

Terminada la incensación, algunos ministros secan con toallas la mesa del altar y la tapan, si 
es necesario, con un lienzo impermeable; luego, cubren el altar con el mantel y lo adornan, según sea oportuno, con flores; colocan adecuadamente los candelabros con los cirios requeridos para la celebración de la misa y también, si es del caso, la cruz. 

Después, el diácono se acerca al obispo, el cual, de pie, le entrega un pequeño cirio encendido, 
diciendo en voz alta: 
Brille en la Iglesia la luz de Cristo para que todos los hombres lleguen a la plenitud de la verdad. 

Luego, el obispo se sienta. El diácono va al altar y enciende los cirios para la celebración de 
la eucaristía. 

Entonces, se hace una iluminación festiva: se encienden todos los cirios, las candelas 
colocadas donde se han hecho las unciones y todas las lámparas de la iglesia, en señal de alegría. 

LITURGIA EUCARÍSTICA

CANTO DE OFERTORIO
(Bendito seas, Señor)
 
Bendito seas, Señor, por este pan y este vino,
que generoso nos diste para caminar contigo, 
y serán para nosotros alimento en el camino. 

Te ofrecemos el trabajo, las penas y la alegría, 
el pan que nos alimenta y el afán de cada día. 

Te ofrecemos nuestro barro que oscurece nuestras vidas 
y el vino que no empleamos para curar las heridas.

Inciensa las ofrendas, la cruz y el altar. A continuación, el diácono inciensa al Obispo y al pueblo.

A continuación, el Obispo, de pie junto al altar, se lava las manos, orando en silencio.

Después, de pie en medio del altar y de cara al pueblo, el Obispo extiende y junta las manos y dice:
Oren, hermanos, para que, trayendo al altar los gozos y las fatigas de cada día, nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso.

El pueblo se levanta y responde:
El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS 

Luego el Obispo con las manos extendidas dice la oración sobre las ofrendas:
Oremos.
Acepta, Señor, las ofrendas
que la Iglesia te presenta con gozo,
para que tu pueblo, reunido en este lugar santo,
alcance por estos sacramentos
tu salvación eterna.
Por Jesucristo nuestro Señor.

El pueblo responde:
Amén.

PREFACIO 
El misterio del templo de Dios

℣. El Señor esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.

℣. Levantemos el corazón.
℟. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

℣. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
℟. Es justo y necesario.

El sacerdote prosigue el prefacio, con las manos extendidas: 
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias
siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo.

Porque has hecho del universo eterno
el templo de tu gloria
para que tu nombre resplandezca en todas partes
y quieres también que te consagremos lugares aptos
para celebrar los santos misterios.
Hoy, exultantes de gozo,
dedicamos a tu servicio esta casa de oración,
construida con el trabajo de los hombres.

En ella se manifiesta el misterio del verdadero templo
y se vislumbra la imagen de la Jerusalén del cielo,
porque te consagraste como templo sagrado,
en el que habitara la divinidad,
el Cuerpo de tu Hijo
nacido de la Virgen Inmaculada.

En ella se manifiesta el misterio del verdadero templo
y se vislumbra la imagen de la Jerusalén del cielo,
porque te consagraste como templo sagrado,
en el que habitara la divinidad,
el Cuerpo de tu Hijo
nacido de la Virgen Inmaculada.

También constituiste tu Iglesia como ciudad santa
edificada sobre el cimiento de los apóstoles,
cuya piedra angular es Jesucristo,
y continúas edificándola con piedras elegidas,
vivificadas por el Espíritu,
unidas por el amor,
donde tú serás siempre todo para todos
y brillará eternamente la luz de Cristo.

Por él, Señor,
junto con todos los ángeles y santos,
te alabamos llenos de alegría, diciendo:

SANTO
(Misa melódica)

SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR, DIOS DEL UNIVERSO.
LLENOS ESTÁN EL CIELO Y LA TIERRA DE TU GLORIA.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.
HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.
HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

El sacerdote, con las manos extendidas, dice:
CP:  
SANTO eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus crea turas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.

Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice: 
CC:
Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti,  

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente, diciendo:
de manera que se conviertan en el Cuerpo  la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, Junta las manos. que nos mandó celebrar estos misterios. 

Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado,

Toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó pan, y dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos. 

Muestra el pan consagrado al pueblo, lo deposita luego sobre la patena y lo adora haciendo genuflexión.

Después prosigue: 
Del mismo modo, acabada la cena, 

Toma el cáliz y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó el cáliz, dando gracias te bendijo, y lo pasó a sus discípulos. 

Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo adora haciendo genuflexión.

Luego dice: 
CP:
Éste es el Misterio de la fe. Cristo nos redimió.
℟. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice: 
CC:
Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. 

Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. 

C1: 
Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires, [san N.: santo del día o patrono] y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.

C2: 
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa Clemente, a nuestro Obispo Roberto, al Orden episcopal, a los presbíteros y diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.

Atiende los deseos y súplicas de esta familia que te dedica esta iglesia; concede propicio que sea casa de salvación y recinto de los sacramentos del cielo, donde resuene el Evangelio de la paz y se celebran los santos misterios, para que los fieles, iluminados con la palabra de la vida y con tu gracia, peregrinen de tal modo por la tierra que merezcan llegar a la Jerusalén celeste, Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. 

 A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria,  

Junta las manos. 
por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes. 

Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz, los eleva y dice:
CP o CC:
Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. 
℟. Amén.

RITO DE COMUNIÓN

Una vez depositados el cáliz y la patena sobre el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado; digamos con fe y esperanza:

Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
℟. Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.  

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: «La paz les dejo, mi paz les doy», no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. 
Junta las manos. 
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
℟. Amén. 

El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo y juntando las manos, alidde: 
La paz del Señor esté siempre con ustedes.
℟. Y con tu espíritu. 

Luego, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote, añade: 
En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz, dense la paz como signo de reconciliación.


CORDERO DE DIOS
(Misa melódica)

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
DANOS LA PAZ, DANOS LA PAZ, 
DANOS DANOS, DANOS LA PAZ,
DANOS DANOS, DANOS LA PAZ.

El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena o sobre el cáliz, de cara al pueblo, dice con voz clara:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
℟. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

CANTO DE COMUNIÓN
(Misión)

Qué hermosos en los montes /y en las colinas/: 
los pies del mensajero /que va de prisa/. 
Lleva dentro la tienda para su abrigo, 
el secreto del Reino y la faz de Cristo.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Yo no tengo palabras, /yo soy un niño/. 
Tu verdad me hace libre /pero no atino/ 
a decir tus secretos ni tus caminos, 
ni a revelar tu rostro mientras te sigo. 

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Tú pusiste en mis manos /grano y vacío/, 
herramienta y fatiga, /pan y vasija/.
Tú pusiste la lluvia y el sol fecundo
y la cuenta infinita de tus gavillas.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Siempre estoy comenzando /nueva tarea/, 
porque Tú me acompañas y /Tú me guías/,
porque Tú me lo mandas para que sea 
un grano de palabra de vida eterna.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Luego, de pie en el altar o en la sede, el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración después de la Comunión:
Danos, Señor, un profundo conocimiento de ti
por medio de los sacramentos que hemos recibido, para que te adoremos sin cesar en el templo y nos alegremos en tu presencia con los santos. Por Jesucristo nuestro Señor.

El pueblo responde:
Amén.

Inauguración de la capilla del santísimo sacramento

Después, el obispo vuelve al altar e inciensa, de rodillas, el santísimo sacramento y, tomando
el velo humeral, recibe el copón en sus manos, cubiertas con dicho velo. Se ordena la procesión, en la cual, marchando todos detrás del crucífero, se lleva el santísimo sacramento con cirios e incienso por la nave de la iglesia a la capilla de la reserva.

Cuando la procesión llega a la capilla de la reserva, el obispo coloca el copón sobre el altar,
o bien en el sagrario, dejando la puerta abierta, impone incienso e inciensa arrodillado el
santísimo sacramento. Después de unos momentos de oración en silencio, el diácono pone el copón en el sagrario o bien cierra la puerta del mismo. Un ministro enciende la lámpara que arderá continuamente delante del santísimo sacramento.

RITO DE CONCLUSIÓN 

El Obispo viendo hacia al pueblo con las manos extendidas dice:
El Señor este con Ustedes.
℟. Y con tu Espíritu.


El Obispo prosigue:
El Dios, Señor del cielo y de la tierra, 
que ha querido congregaros hoy
para la dedicación de esta iglesia
os enriquezca con sus bendiciones.
℟. Amén.


El Obispo:
Él, que quiso reunir en Cristo a todos los hijos dispersos, haga de vosotros templos suyos y morada del Espíritu Santo. 
℟. Amén.


El Obispo:
Para que así, purificados de toda mancha,
gocéis de Dios, que viene a vosotros   
y en vosotros hace morada,
y alcancéis un día, con todos los santos,
la heredad del reino eterno.
℟. Amén.


El Obispo concluye diciendo:
La bendición de Dios todopoderoso, Padre , Hijo , y Espíritu  Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.


Luego el Obispo o el Diácono dice:
La alegría del Señor sea nuestra fuerza, podemos ir en paz.
℟. Demos gracias a Dios.


ANTÍFONA MARIANA
(Salve Regina)

Salve, Regina, Mater misericordiae
Vita, dulcedo, et spes nostra, salve
Ad te clamamus exsules filii Hevae
Ad te suspiramus, gementes et flentes
In hac lacrimarum valle.

Eia, ergo, advocata nostra, illos tuos
Misericordes oculos ad nos converte
Et Iesum, benedictum fructum ventris tui
Nobis post hoc exsilium ostende.

O clemens
O pia
O dulcis
Virgo Maria

CANTO DE SALIDA
(Himno de Nuestra Señora de Zapopan)

Ave María, Ave María
Virgo sancta, virgo sancta
Et mater nostra.

Bajo tu amparo y protección queremos estar hoy aquí
Te proclamamos con amor patrona de nuestro vivir
Se la madre, que nos alimente
Maestra, que nos enseñe
Señora, que nos gobierne
Abogada, que nos defienda. ℟.

Escucha madre la oración del gemido del corazón, que pide tu intercesión y vengas a su favor
Se la madre, que nos alimente
Maestra, que nos enseñe
Señora, que nos gobierne
Abogada, que nos defienda. ℟.

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