Libreto Litúrgico | Ordenaciónes Diaconales

 

LIBRETO LITÚRGICO 
ORDENACIÓNES DIACONALES

PRESIDE SU EXCELENCIA 
SERGIO GÓMEZ
ARZOBISPO DE GUADALAJARA 

CATEDRAL BASÍLICA DE LA ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA 
I.VI.MMXXV

RITOS INICIALES

CANTO DE ENTRADA 
(Rey y Sacerdote - P. Martins)

Una vez reunido el pueblo, el Obispo se dirige al altar con los ministros durante el canto de entrada.

JESUCRISTO, HAZ DE NOSOTROS UN PUEBLO SACERDOTAL PARA DIOS, NUESTRO PADRE. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS.

Hoy te cantamos, oh Hijo Predilecto del Padre,
hoy te alabamos, Ciencia eterna y Verbo de Dios.
Hoy te cantamos Hijo de María, la Virgen,
hoy te alabamos, Cristo nuestro hermano y nuestro Salvador. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Hoy te cantamos, Luz de esplendor eterno,
hoy te alabamos, Estrella de la mañana que anuncia el día. Hoy te cantamos, Mesías esperado por los pobres, hoy te alabamos, oh Cristo nuestro Rey y Príncipe de la paz. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Hoy te cantamos, Cordero de la Pascua eterna,
hoy te alabamos, víctima inmolada por nuestros pecados. Hoy te cantamos, Cristo salvador inmortal, hoy te alabamos, por tu muerte y resurrección. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Hoy te cantamos, mediador entre Dios y los hombres, hoy te alabamos, oh Ruta viviente del cielo. Hoy te cantamos, Sacerdote de la Nueva Alianza, hoy te alabamos, Tú eres nuestra paz por la sangre de la cruz. A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Cuando llega al altar, se inclina profundamente con los ministros, besa el altar en señal de veneración e inciensa la cruz y el altar. A continuación, se dirige con los ministros a las sillas.

Ante la asamblea reunida, al terminar el canto de entrada, el sacerdote dice:
Pres.: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
℟.: Amén
 
El sacerdote saluda al pueblo con una de las fórmulas siguientes:
Pres.: El Dios de la Vida, que ha resucitado a Jesucristo rompiendo las ataduras de la muerte, esté con todos ustedes.
℟.: Y con tu espíritu.

El sacerdote, diácono u otro ministro debidamente preparado podrá, en breves palabras, introducir a los fieles en la misa del día.

RITO DE LA ASPERSIÓN

Pres.: En el día en que celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, también nosotros estamos invitados a morir al pecado y resucitar a una vida nueva. Reconozcamos que tenemos necesidad de la misericordia del Padre.

Después del saludo, el sacerdote, de pie junto a la silla, de cara al pueblo, con el recipiente con el agua que se va a bendecir delante de él, invita al pueblo a orar, con estas o similares palabras:
Pres.: Hermanos y hermanas míos, invoquemos al Señor nuestro Dios, para que bendiga esta agua que va a ser rociada sobre nosotros, en memoria de nuestro Bautismo. Que Él se digne ayudarnos a permanecer fieles al Espíritu que hemos recibido.

Después el sacerdote dice la siguiente oración para bendecir el agua:
Pres.: Señor, Dios todopoderoso, escucha benignamente las oraciones de tu pueblo. Mientras celebramos la maravilla de nuestra creación y la maravilla aún mayor de nuestra redención, dígnate bendecir esta agua. Fuiste tú quien lo creó para fertilizar la tierra, lavar nuestros cuerpos y restaurar nuestras fuerzas. La hiciste también instrumento de tu misericordia: por ella liberaste a tu pueblo del cautiverio y calmaste su sed en el desierto: por ella los profetas anunciaron tu alianza que quisiste concluir con la humanidad: por ella finalmente, consagrada por Cristo en el Jordán, renovaste, mediante el baño del nuevo nacimiento, nuestra humanidad herida por el pecado. Que esta agua sea para nosotros un recuerdo de nuestro Bautismo y nos haga participar de la alegría de aquellos que fueron bautizados en Pascua. Por Cristo nuestro Señor.
℟.: Amén.

Y, tras un momento de silencio, continúa con las manos juntas.

Luego, tomando el rociador, el sacerdote se rocía a sí mismo, a los ministros, luego al clero y al pueblo, recorriendo la iglesia si es necesario. 

Mientras tanto, se canta un canto apropiado.

Regresando a la sede y terminado el canto, el sacerdote, de pie, frente al pueblo, dice con las manos juntas: 
Pres.: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
℟.: Amén.

SEÑOR, TEN PIEDAD
(Misa melódica)

SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD

CRISTO TEN PIEDAD DE NOSOTROS
CRISTO TEN PIEDAD DE NOSOTROS
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD

SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
SEÑOR TEN PIEDAD DE NOSOTROS
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD
DE NOSOTROS SEÑOR TEN PIEDAD

GLORIA
(Misa melódica)

GLORIA, GLORIA, GLORIA,
GLORIA A DIOS EN EL CIELO,
Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES
QUE AMA EL SEÑOR.

TE ALABAMOS, TE BENDECIMOS,
TE ADORAMOS, TE GLORIFICAMOS,
TE DAMOS GRACIAS, SEÑOR,
POR TU INMENSA GLORIA,
TE DAMOS GRACIAS,
¡SEÑOR! ¡SEÑOR!,
DIOS REY CELESTIAL,
DIOS PADRE TODO PODEROSO. ℟.

SEÑOR, HIJO ÚNICO JESUCRISTO,
SEÑOR, DIOS CORDERO DE DIOS,
HIJO DEL PADRE,
TÚ QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TÚ QUE QUITAS EL PECADO DEL MUNDO,
ATIENDE A NUESTRAS SÚPLICAS,
ATIENDE A NUESTRAS SÚPLICAS,
TÚ QUE ESTÁS SENTADO A LA DERECHA DEL PADRE,
TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

PORQUE SOLO TÚ ERES SANTO,
SOLO TÚ SEÑOR
SOLO TU ALTÍSIMO, JESUCRISTO.
CON EL ESPÍRITU SANTO,
EN LA GLORIA DE DIOS PADRE. 

AMÉN.

ORACIÓN COLECTA

Terminado el himno, el Obispo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Luego el Obispo, con los brazos abiertos, dice la oración colecta:
Oh, Dios, que enseñaste a los ministros de tu Iglesia  a servir a los hermanos y no a ser servidos  concede a estos siervos tuyos,  que te has dignado elegir hoy para el ministerio diaconal,  competencia en la acción,  perseverancia en la plegaria  y mansedumbre en el servicio.  Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. 
℟.Amén.
 
LITURGIA DE LA PALABRA
 
PRIMERA LECTURA
(Hch 1, 1-11)
 
Lector: Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios. Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: "No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo".  
Los ahí reunidos le preguntaban: "Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?". Jesús les contestó: "A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra".  
Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, seles presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse".
Lector: Palabra de Dios.
℟.Te alabamos, Señor.
 
SALMO RESPONSORIAL
(Sal 46)
 
℟. Entre voces de jubilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.

Aplaudan, pueblos todos; aclamen al Señor, de gozo llenos: que el Señor, el Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey supremo. ℟.

Entre voces de júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono. Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey honremos y cantemos todos. ℟.

Porque Dios es el rey del universo, cantemos el mejor de nuestros cantos. Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo. ℟.

SEGUNDA LECTURA
(Heb 9, 24-28; 10, 19-23)
 
Lector: Lectura del libro de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombres y que sólo era figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de Dios. intercediendo por nosotros.  
En la antigua. alianza, el sumo sacerdote entraba cada año en el santuario para ofrecer una sangre que no era la suya; pero Cristo no tuvo que ofrecerse una y otra vez a sí mismo en sacrificio, porque en tal caso habría tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. De hecho, él se manifestó una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.  
Y así como está determinado que los hombres mueran una sola vez y que después de la muerte venga el juicio, así también Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para la salvación de aquellos que lo aguardan y en él tienen puesta su esperanza.  
Hermanos, en virtud de la sangre de Jesucristo, tenemos la seguridad de poder entrar en el santuario, porque él nos abrió un camino nuevo y viviente a través del velo, que es su propio cuerpo. Asimismo, en Cristo tenemos un sacerdote incomparable al frente de la casa de Dios.  
Acerquémonos, pues, con sinceridad de corazón, con una fe total, limpia la conciencia de toda mancha y purificado el cuerpo por el agua saludable. Mantengámonos inconmovibles en la profesión de nuestra esperanza, porque el que nos hizo las promesas es fiel a su palabra.
Lector: Palabra de Dios.
℟.Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO
 
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
 
VAYAN Y HAGAN DISCÍPULOS 
A TODOS LOS PUEBLOS, DICE EL SEÑOR,
Y SEPAN QUE YO ESTOY CON USTEDES
TODOS LOS DÍAS, HASTA EL FIN DEL MUNDO.
 
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
ALELUIA, ALELUIA, ALELUIA!
 
Mientras tanto, el sacerdote, cuando se utiliza incienso, lo coloca en el incensario. El diácono, que proclamará el Evangelio, inclinándose profundamente ante el sacerdote, pide en voz baja la bendición:
℣.: Padre, dame tu bendición.

El sacerdote dice en voz baja:
Pres.: El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio; en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

El diácono hace la señal de la cruz y responde:
℣.: Amén.

Pero si no está presente el diácono, el sacerdote, inclinado ante el altar, dice en secreto:
Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio.

EVANGELIO
(Lc 24, 46-53)
 
Después el diácono (o el sacerdote) va al ambón, y dice:
℣.: El Señor esté con ustedes.
℟.: Y con tu espíritu.

El diácono (o el sacerdote), dice:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
y, mientras tanto, hace la señal de la cruz sobre el libro y luego sobre sí mismo, en la frente, la boca y el pecho.
℟.: Gloria a ti, Señor.
 
Luego el diácono o el sacerdote, si procede, inciensa el libro y proclama el Evangelio.
℣.: En aquel tiempo, Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: "Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados.  
Ustedes son testigos de esto. Ahora yo les voy a enviar al que mi Padre les prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad, hasta que reciban la fuerza de lo alto".  
Después salió con ellos fuera de la ciudad, hacia un lugar cercano a Betania; levantando las manos, los bendijo, y mientras los bendecía, se fue apartando de ellos y elevándose al cielo. Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén, llenos de gozo, y permanecían constantemente en el templo, alabando a Dios.
℣.: Palabra del Señor.
℟.: Gloria a ti, Señor Jesús.

Luego lleva el libro al Obispo, que lo besa en silencio y bendice al pueblo.

Luego el diácono deposita el libro en el altar.

LITURGIA DE LA ORDENACIÓN

ELECCIÓN DE LOS CANDIDATOS AL DIACONADO

Los ordenados son llamado por el diácono de la forma siguiente:
Acerqúense los que van a ser ordenados diáconos.

E inmediatamente los nombra; y los llamados dicen:
Presente.

Y se acercan al Obispo, a quien hacen una reverencia.
Permaneciendo los ordenandos en pie ante el Obispo, un presbítero designado por el Obispo dice: 
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes diáconos a estos hermanos nuestros.

El obispo le pregunta: 
¿Sabes si son dignos?

Y él responde:
Según el parecer de quienes loa presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos.

El Obispo:
Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los diáconos.

Todos responden:
℟. Demos gracias a Dios.

HOMILÍA

Seguidamente, estando todos sentados, el Obispo hace la homilía, en la que, partiendo del texto de las lecturas proclamadas en la liturgia de la palabra, habla al pueblo y a loa elegidos sobre el ministerio de los diáconos, habida cuenta de la condición del ordenando, según se trate de un elegido casado y o de un elegido no casado.

PROMESAS DE LOS ELEGIDOS

Después de la homilía, solamente se levantan los elegidos y se ponen de pie ante el Obispo, quien los interroga con estas palabras:
Queridos hijos: Antes de entrar en el Orden de los diáconos deben manifestar ante el pueblo su voluntad de recibir este ministerio.

¿Quieren consagrarse al servicio de la Iglesia por la imposición de mis manos y la gracia del Espíritu Santo?
Los elegidos responden:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren desempeñar, con humildad y amor, el ministerio de diáconos como colaboradores del Orden sacerdotal y en bien del pueblo cristiano?
Los elegidos:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren vivir el misterio de la fe con alma limpia, como dice el Apóstol, y de palabra y obra proclamar esta fe, según el Evangelio y la tradición de la Iglesia?
Los elegidos:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a su género de vida y, fieles a este espíritu, celebrar la Liturgia de las Horas, según su condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo?
Los elegidos:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieren imitar siempre en su vida el ejemplo de Cristo, cuyo Cuerpo y Sangre servirán con sus manos?
Los elegidos:
Si, quiero, con la Gracia de Dios.

Seguidamente, los elegido uno por uno se acercan al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo.
El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido:
Si, prometo.

El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.

SÚPLICA LITÁNICA

Seguidamente, todos se levantan. 
El Obispo, dejando la mitra, de pie, con las manos juntas y de cara al pueblo, hace la invitación:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que derrame bondadosamente la gracia de su bendición sobre este siervo suyo que ha llamado al Orden de los diáconos.

Entonces los elegidos se postran en tierra, y se cantan las letanías, respondiendo todos; en los domingos y durante el Tiempo Pascual, se hace estando todos de pie.

Los cantores comienzan las letanías (las invocaciones sobre el elegido se hacen en singular).

Concluido el canto de las letanías, el Obispo, en pie y con las manos extendidas, dice:
Señor Dios, escucha nuestras súplicas y confirma con tu gracia este ministerio que realizamos: santifica con tu bendición a éste que juzgamos apto para el servicio de los santos misterios. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

Los diáconos se levantan.

IMPOSICIÓN DE MANOS 
Y PLEGARIA DE ORDENACIÓN

Los elegidos se levantan; se acercan al Obispo uno por uno, que está de pie delante de la sede y con mitra, y se arrodillan ante él.

El Obispo les impone en silencio las manos sobre la cabeza.

Tras dicha imposición de manos, los presbiteros permanecen junto al Obispo hasta que se haya concluido la Plegaria de Ordenación, pero de modo que la ceremonia pueda ser bien vista por los fieles.

Estando los elegidos arrodillados ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:
Asístenos, Dios todopoderoso, de quien procede toda gracia, que estableces los ministerios regulando sus órdenes; inmutable en ti mismo, todo lo renuevas; por Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro —palabra, sabiduría y fuerza tuya—, con providencia eterna todo lo proyectas y concedes en cada momento cuanto conviene.

A tu Iglesia, cuerpo de Cristo, enriquecida con dones celestes variados, articulada con miembros distintos y unificada en admirable estructura por la acción del Espíritu Santo, la haces crecer y dilatarse como templo nuevo y grandioso.

Como un día elegiste a los levitas para servir en el primitivo tabernáculo, así ahora has establecido tres órdenes de ministros encargados de tu servicio.

Así también, en los comienzos de la Iglesia, los apóstoles de tu Hijo, movidos por el Espíritu Santo, eligieron, como auxiliares suyos en el ministerio cotidiano, a siete varones acreditados ante el pueblo a quienes, orando e imponiéndoles las manos, les confiaron el cuidado de los pobres, a fin de poder ellos entregarse con mayor empeño a la oración y a la predicación de la palabra.

Te suplicamos, Señor, que atiendas propicio a estos tus siervos, a quien consagramos humildemente para el orden del diaconado y el servicio de tu altar.

Envía sobre ellos, Señor, el Espíritu Santo, para que fortalecido con tu gracia de los siete dones desempeñe con fidelidad el ministerio.

Que resplandezca en ellos un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales.

Que tus mandamientos, Señor, se vean reflejados en sus costumbres, y que el ejemplo de su vida suscite la imitación del pueblo santo; que, manifestando el testimonio de su buena conciencia, persevere firme y constante con Cristo, de forma que, imitando en la tierra a tu Hijo que no vino a ser servido sino a servir, merezca reinar con él en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

ENTREGA DEL LIBRO DE LOS EVANGELIOS

Concluida la Plegaria de Ordenación, se sientan todos. El Obispo recibe la mitra. Los ordenados se levantan, y un diácono u otro ministro les pone la estola al estilo diaconal y les viste la dalmática.

Los ordenados, ya con sus vestiduras diaconales, se acercan uno a uno al Obispo, quien entrega a aquellos, ante el arrodillado, el libro de los Evangelios, diciendo:
Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado.

Finalmente, el Obispo besa a los ordenados, diciendo:
La paz sea contigo.

Los ordenados responden:
Y con tu espíritu.

Y lo mismo hacen todos o al menos algunos diáconos presentes.

Mientras tanto, puede cantarse la antífona siguiente con el Salmo 145, u otro canto apropiado de idénticas características que concuerde con la antífona. 

Al que me sirva, mi Padre que está en el cielo lo premiará. (T.P. Aleluya).

Prosigue la Misa como de costumbre. Se dice o no el Símbolo de la fe, según las rúbricas; se omite la oración universal.

CREDO
(Símbolo Apostólico)
 
Acabada la homilía, se hace la profesión de fe
℟.: Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
En las palabras que siguen, hasta María Virgen, todos se inclinan.
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

LITURGIA EUCARISTÍCA

PRESENTACIÓN DE LOS DONES
(Himno de los pastores)
 
Terminado lo anterior, comienza el canto para el ofertorio. Mientras tanto, los ministros colocan sobre el altar el corporal, el purificador, el cáliz, la palia y el misal.

Cantemos al Señor con alegría,
unidos a la voz del pastor santo;
demos gracias a Dios, que es luz y guía,
solícito pastor de su rebaño.

Es su voz y su amor el que nos llama
en la voz del pastor que él ha elegido,
es su amor infinito el que nos ama
en la entrega y amor de este otro Cristo.

Conociendo en la fe su fiel presencia,
hambrientos de verdad y luz divina,
sigamos al pastor que es providencia
de pastos abundantes que son vida.

Apacienta, Señor, guarda a tus hijos,
manda siempre a tu mies trabajadores;
cada aurora, a la puerta del aprisco,
nos aguarde el amor de tus pastores.

Conviene que los fieles expresen su participación en la ofrenda, bien sea llevando el pan y el vino para la celebración de la Eucaristía, bien presentando otros dones para las necesidades de la Iglesia o de los pobres. 
 
El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la patena con el pan en las manos y, levantándola un poco por encima del altar, dice la oración en silencio. Luego coloca la patena con el pan sobre el corporal.
 
El diácono o sacerdote vierte vino y un poco de agua en el cáliz, orando en silencio.
 
Luego, el sacerdote recibe el cáliz en sus manos y, levantándolo un poco por encima del altar, dice la oración en silencio: luego, coloca el cáliz sobre el corporal.
 
Luego el sacerdote, profundamente inclinado, reza en silencio.
 
Y, si procede, inciensar las ofrendas, la cruz y el altar. Después, el diácono u otro ministro inciensa al sacerdote y al pueblo.
 
Luego, el sacerdote, de pie junto al altar, se lava las manos y dice la oración en silencio.
 
El sacerdote, de pie en el centro del altar, dice:
Pres.: Oren, hermanos, para que, trayendo al altar los gozos y las fatigas de cada día, nos dispongamos a ofrecer el sacrificio agradable a Dios, Padre todopoderoso.

El pueblo se levanta y responde:
El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Luego el Obispo, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas: 
Dios, Padre santo, cuyo Hijo quiso lavar los pies de los discípulos para darnos ejemplo, recibe los dones de nuestro servicio y haz que, al ofrecernos como oblación espiritual, nos llenemos de espíritu de humildad y de amor. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟.Amén.

PREFACIO DE LAS ORDENACIONES II
(CRISTO, ORIGEN DE TODO MINISTERIO ECLESIAL)

El sacerdote comienza la plegaria eucarística con el prefacio. Dice:
El Señor esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.

El sacerdote prosigue:
Levantemos el corazón.
℟. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

El sacerdote añade:
Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
℟. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario, alabarte y darte gracias, Padre santo, Dios omnipotente y misericordioso, de quien proviene toda paternidad en la comunión del Espíritu.

En tu Hijo Jesucristo, sacerdote eterno, siervo obediente, pastor de los pastores, has puesto el origen y la fuente de todo ministerio, según la viva tradición apostólica conservada en tu pueblo que peregrina en la historia.

Tú eliges dispensadores de los santos misterios con variedad de dones y carismas, para que en todas las naciones de la tierra se ofrezca el sacrificio perfecto y, con la Palabra y los sacramentos se edifique la Iglesia, comunidad de la nueva alianza, templo de tu gloria.

Por este misterios de salvación, unidos a los ángeles y a los santos, cantamos con gozo el himno de tu alabanza:

SANTO
(Misa melódica)

SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR, DIOS DEL UNIVERSO.
LLENOS ESTÁN EL CIELO Y LA TIERRA DE TU GLORIA.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.
HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.
HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

El sacerdote, con las manos extendidas, dice:
CP:  
SANTO eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus creaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.

Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice: 
CC:
Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti,  

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente, diciendo:
de manera que se conviertan en el Cuerpo  la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, 
Junta las manos. 
que nos mandó celebrar estos misterios. 

El relato de la institución de la Eucaristía debe darse de forma clara y audible, como lo exige su naturaleza.
Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado,
Toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó pan, y dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos. 

Muestra el pan consagrado al pueblo, lo deposita luego sobre la patena y lo adora haciendo genuflexión.

Después prosigue: 
Del mismo modo, acabada la cena, 
Toma el cáliz y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó el cáliz, dando gracias te bendijo, y lo pasó a sus discípulos. 

Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo adora haciendo genuflexión.

Luego dice: 
CP:
Éste es el Misterio de la fe. Cristo nos redimió.
℟. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice: 
CC:
Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. 

Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. 

C1: 
Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires, [san N.: santo del día o patrono] y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.

C2: 
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa N., a nuestro Obispo N., al Orden episcopal, a los presbíteros y a estos hijos tuyos que han sido ordenados hoy ministros de la Iglesia, a los demás diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.

Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia, en el día glorioso de la Ascensión, en el que Cristo ha sido constituido Señor del cielo y de la tierra. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. 

 A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria,  

Junta las manos. 
por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes. 

Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz, los eleva y dice:
CP o CC:
Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. 
℟. Amén.

RITO DE COMUNIÓN

Una vez depositados el cáliz y la patena sobre el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado; digamos con fe y esperanza:

Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
℟. Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.  

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: «La paz les dejo, mi paz les doy», no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. 
Junta las manos. 
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
℟. Amén. 

El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo y juntando las manos, alidde: 
La paz del Señor esté siempre con ustedes.
℟. Y con tu espíritu. 

Luego, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote, añade: 
En Cristo, que nos ha hecho hermanos con su cruz, dense la paz como signo de reconciliación.

CORDERO DE DIOS
(Misa melódica)

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS,
TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

CORDERO DE DIOS QUE QUITAS, EL PECADO DEL MUNDO,
DANOS LA PAZ, DANOS LA PAZ, 
DANOS DANOS, DANOS LA PAZ,
DANOS DANOS, DANOS LA PAZ.

El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena o sobre el cáliz, de cara al pueblo, dice con voz clara:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
℟. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

CANTO DE COMUNIÓN
(Misión)

Qué hermosos en los montes /y en las colinas/: 
los pies del mensajero /que va de prisa/. 
Lleva dentro la tienda para su abrigo, 
el secreto del Reino y la faz de Cristo.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Yo no tengo palabras, /yo soy un niño/. 
Tu verdad me hace libre /pero no atino/ 
a decir tus secretos ni tus caminos, 
ni a revelar tu rostro mientras te sigo. 

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Tú pusiste en mis manos /grano y vacío/, 
herramienta y fatiga, /pan y vasija/.
Tú pusiste la lluvia y el sol fecundo
y la cuenta infinita de tus gavillas.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/. 

Siempre estoy comenzando /nueva tarea/, 
porque Tú me acompañas y /Tú me guías/,
porque Tú me lo mandas para que sea 
un grano de palabra de vida eterna.

Donde quieras que vayas /estoy contigo/. 
Levántate, no temas, /que yo te envío/.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

El Obispo desde la sede con las manos extendidas dice:
Oremos.
Concede, Señor, a tus siervos, nutridos con el alimento y la bebida del cielo, que, para gloria tuya u salvación de los creyentes, sean siempre fieles ministros del Evangelio, de los sacramentos y de la caridad. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟.Amén.

RITO DE CONCLUSIÓN

BENDICIÓN SOLEMNE

El Obispo, extendiendo las manos, dice:
El Señor esté con ustedes.

Todos responde:
Y con tu espíritu.

Y seguidamente, el Obispo, con las manos extendidas sobre los ordenados y el pueblo, pronuncia la bendición:
Dios, que los ha llamado para el servicio de los hombres en su Iglesia, les conceda una gran solicitud hacia todos, especialmente hacia los pobres y afligidos.
℟. Amén.

El Obispo:
Él, que les ha confiado la misión de predicar el Evangelio de Cristo, les ayude a vivir según su palabra, para que seáis sus testigos sinceros y valientes.
℟. Amén.

El Obispo:
Y el que los hizo administradores de sus misterios les conceda ser imitadores de su Hijo Jesucristo  y ministros de unidad y de paz en el mundo.
℟. Amén.

Entonces, el Obispo, y dice:
Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre , Hijo ,  y Espíritu  Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.

Todos:
Amén.

Luego el diácono, con las manos juntas, dice:
Pueden ir en paz.

El pueblo responde:
Demos gracias a Dios.

ANTÍFONA MARIANA
(Regina Caeli)

Regina, caeli, laetare, aleluya:
Quia quem meruisti portare, aleluya,
Resurrexit sicut dixit, aleluya.
Ora pro nobis Deum, aleluya.

Después el sacerdote se retira a la sacristía.

CANTO DE SALIDA
(Peregrinos de Esperanza)

LLAMA VIVA PARA MI ESPERANZA,
QUE ESTE CANTO LLEGUE HASTA TI,
SENO ETERNO DE INFINITA VIDA,
ME ENCAMINO, YO CONFÍO EN TI.

TODA LENGUA, PUEBLOS Y NACIONES
HALLAN LUCES SIEMPRE EN TU PALABRA.
HIJOS, HIJAS, FRÁGILES, DISPERSOS,
ACOGIDOS EN TU HIJO AMADO. 
℟.

DIOS NOS CUIDA, TIERNO Y PACIENTE
NACE EL DÍA, UN FUTURO NUEVO.
CIELOS NUEVOS Y UNA TIERRA NUEVA.
CAEN MUROS GRACIAS AL ESPÍRITU. 
℟.

UNA SENDA TIENES POR DELANTE,
PASO FIRME, DIOS SALE A TU ENCUENTRO.
MIRA AL HIJO QUE SE HA HECHO HOMBRE
PARA TODOS, ÉL ES EL CAMINO. 
℟.

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